Acoso e inseguridad: lo que enfrentan las mujeres taxistas en las calles colombianas
Ana Caicedo lleva dos años manejando taxi. Puede que parezca poco tiempo, sin embargo, esta mujer ha tenido que pasar las ‘duras y las maduras’ en medio de las calles bogotanas, con la vulnerabilidad que todas las mujeres enfrentan a la hora de salir todos los días a las salvajes calles de cualquier lugar.
Anita, como es llamada cariñosamente por sus colegas, trata de hacer lo que todas las mujeres, lastimosamente, hacen a diario para evitar sufrir el normalizado acoso, presente en cada esquina. Carga en su taxi una ‘ruana’ para evitar que los pasajeros vean qué lleva puesto y evitarse cualquier comentario que los hombres puedan hacerle.
Pero a pesar de las precauciones que siempre toma, Anita jamás olvidará lo que le ocurrió cuando transportaba a un hombre joven, aparentemente universitario, hacia Patio Bonito, un barrio al occidente de Bogotá.
“¿Puedo saber qué ropa tienes puesta?” -le preguntó, luego de hacerla desviar del trayecto que inicialmente le había solicitado-. Anita quedó fría y empezó a asustarse desde el momento en que el hombre le pidió tomar otra ruta. Sudaba, temblaba y se preguntaba a sí misma: “¿por qué tenemos que aguantarnos esta falta de respeto?”. El pasajero puso un billete de 50 mil pesos en el asiento del copiloto y le insinuó que, si respondía todas sus preguntas, le pagaría uno de esos por cada respuesta.
“No le voy a responder nada. Yo trabajo y no necesito su dinero”, respondió contundentemente Anita. “Recoja ese dinero porque ni le estoy cobrando ni le estoy respondiendo nada”. Pero para el pasajero esa era una respuesta y le pagaría por ella.
Anita decidió alertar a su grupo de colegas de Whatsapp de SOS Fusión, para que alguno le brindara apoyo, enviando su ubicación -lo que indica que algo grave le está sucediendo al taxista- y algunos audios de lo que le decía el pasajero acosador.
Uno de los conductores del grupo, Andrés, quien se encontraba cerca, la encontró en un tramo del camino y comenzó a ‘hacerle pantalla’ o a seguirla. El pasajero continuaba con sus preguntas groseras que cada vez más subían el calibre. Con cada una, añadía 50 mil pesos a su oferta en el puesto del copiloto.
Mientras todo esto ocurría, Anita, como cualquier mujer que se enfrenta a un hecho de acoso, se imaginaba el peor escenario. “¿Qué tal que este señor esté armado? ¿Qué tal se dé cuenta que mi compañero nos está siguiendo y me haga algo? ¿Cómo hago para que Andrés pueda ayudarme a salir de esta situación sin ponerlo en peligro?
Ir sola con un desconocido, en un lugar cerrado y sin el control de la situación, ponía a Anita cada vez más nerviosa. Pero su angustia empeoró cuando el pasajero le preguntó: “¿qué se le perdió al ‘man’ que viene atrás?” -“Se le perdió la compañera”- fue lo único que atinó a decir Anita en ese horrible momento.
¿Qué pasó después de que el hombre se dio cuenta de que los estaban siguiendo? ¿Qué otras situaciones deben enfrentar a diario las 3500 mujeres que se dedican al oficio de manejar taxi en Colombia? No se pierda el segundo capítulo de Relatos Amarillos en RTVC Play o en sus agregadores de pódcast de preferencia y descubra por qué Anita, Marlen y todas las mujeres que llevan el sustento a sus hogares conduciendo un ‘amarillo’ son unas verdaderas guerreras al volante.